-Si la tocas, te mataré.
El asesino me respondió con una media sonrisa.
Melissa lanzó otro grito mientras intentaba quitarse la férrea cadena que rodeaba su cuello.
-Te quiero- soltó de repente-. Siempre te querré.
-No digas eso. Esto no es una despedida- le animé, mientras me dislocaba el pulgar para despojarme de las esposas.
Observé la situación. Un pequeño cobertizo de una sola ventana en un remoto bosque del norte de España. Paredes frágiles de madera, fáciles de romper. Un asesino en serie agarrando a mi compañera de trabajo -y de cama- con una cadena alrededor de su cuello.
Tenía que encontrar el momento idóneo para noquear al asesino.
-Nueve minutos y treinta y siete segundos después-
El asesino se dio la vuelta -¡por fin!-, pero no para nada bueno.
-Vamos, nena, hora de trabajar- le ordenó mientras se bajaba sus mugrientos pantalones.
Entonces, la furia se apoderó de mi cuerpo, y de mi voluntad.
Las cosas no salieron como yo esperaba.
En lugar de tumbarle como había pensado, cogí mi navaja de un lugar que los heteros no suelen cachear y la hoja, antes fulgente y argéntea, se tiñó de rojo inmediatamente después de dejar de tocar la garganta del asesino.
1 persona(s) sigue(n) al conejo blanco:
Se echaba de menos un relato escrito por ti, es decir que no fuera una cita.
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